... de lo que he estado haciendo en los últimos días. Espero les guste!
"Conversaciones sin palabras"
Al cruzar el umbral, apenas pude ver su silueta esbozada sobre la pared por los rayos del sol poniente. Era un tipo bastante alto, más de 1.90 supuse. De pronto escuché una voz rasposa con cierta cadencia diciendo: “¿Puedo pasar?”, un automático “Siéntese, por favor” brotó de mis labios. Fue entonces cuando lo vi.
Verlo acomodarse en el sillón fue todo un espectáculo de contorsionismo, ya que gracias a sus 190 centímetros de largo, batallaba en encontrar la posición adecuada. Delgado sin llegar a la languidez, tenía unos ojos cafés enormes y unas pestañas que parecían haber pasado por el enchinador, su mirada fija en mi, parecía por momentos retarme y en otros, los menos, transmitía una irremediable tristeza.
“Puede hablarme de lo que guste”, le dije. Su mirada atravesó la habitación, enfocándose en otro punto: un cuadro colocado detrás de mi que plasmaba uno de los personajes más antiguos en la historia de la humanidad, una prostituta desnuda tendida en una cama fumando un cigarrillo.
“¿Acaso es un Goya?”, preguntó señalándome con la mirada el retrato. Sólo alcancé a escuchar la palabra Goya al mismo tiempo que me perdía descifrando las hendiduras de sus labios carnosos. Momentáneamente mis manos se relajaron, dejando caer mi libreta de apuntes. Haciendo gala de su caballerosidad, inmediatamente se incorporó para levantarla, acto que me permitió aspirar su aroma. Parecían maderas combinadas con alguna hierba mediterránea, ni muy muy, ni tan tan, justo la cantidad necesaria para ser percibida sin incomodar.
Volvió a la posición inicial, cuerpo echado hacia atrás, piernas cruzadas y brazos sobre el sillón. Fue ahí cuando pude dar cuenta del color de su piel, en contraste con el radiante blanco del asiento, su tez rosada, me remitía al color del salmón que había cenado la noche anterior. Daba la impresión de que su temperatura corporal, estuviera apunto de hacerle estallar las mejillas.
Al notar la indiferencia de mi silencio, comenzó a buscar un nuevo sitio donde posar la mirada, encontrándolo en la suela de su zapato derecho, movimiento que me llevó a descubrir dentro del camino que formaba su barba de candado, una imperfección de nacimiento: barbilla partida.
Por un instante, me desconecté de la escena que tenía ante mis ojos y me encontré rememorando mi viaje a Marruecos, pensé entonces que sus rasgos me debían de recordar los de un árabe. Ese cabello negro azabache rizado y esa nariz ensanchada no podían ser más que los de un descendiente de moros. Regresé a la sala trayendo conmigo la recién ocurrida hipótesis y traté por todos los medios de imaginarlo enfundado en un traje a la usanza marroquí, pero sus jeans azules y su saco de pana me lo impidieron. Su look más bien me parecía el de un profesor universitario en plena crisis de los 40’s.
¿Qué esperamos?, expresó, trayendo consigo una mueca de descontento, a lo cual respondí: “Nada, esperar es para los que disponen de tiempo, y como usted y yo no gozamos de esos privilegios, le agradezco el haber venido”.
Así terminó la sesión, con pocas palabras de por medio, y un amplio conocimiento acerca de él.
¿Qué demonios pasó allá arriba? Pues nada más que una ocurrencia que surgió para comenzar este ensayo.
Este breve “cuento”, por llamarlo de alguna manera, me da la oportunidad de destacar la importancia que se merece la lectura de lo corporal. Cómo el sólo con observar podemos sumergirnos en las profundidades del otro, sin tener de por medio el discurso.
Es evidente, que los contenidos verbales, tienen que presentarse, que no podemos conocer al otro sino es a través de su palabra, pero lo destacable de este curso fue el aprehender a leerlo de otra manera, percibiéndolo en el cuerpo, nuestro cuerpo, que al final del día es nuestro instrumento de trabajo.
*Ensayo para Psicoterapia y Psicología Clínica II
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